lunes, 19 de mayo de 2008

CULTURA RELIGIOSA



De acuerdo con los lineamientos de la Pedagogía Marista y atendiendo ha llamado universal del Papa Juan Pablo II –reafirmado por Benedicto XVI– a favor de una nueva y urgente labor de evangelización, se considera que el estudio de una asignatura “religiosa” –a nivel bachillerato– no debe supeditarse a una mera improvisación por parte del maestro ni restringirse a la discusión sobre “problemas actuales” en la que “cada quien es libre de opinar lo que mejor le parezca”.

Hoy es unánime la iniciativa encaminada a recuperar el carácter orgánico de una verdadera instrucción religiosa, esto es, de brindar a los jóvenes una sólida formación en los valores de la fe católica, para lo cual resulta indispensable el conocimiento de dichos calores en el contexto de la ciencia y la cultura.

Se entiende con ellos que las clases destinadas a la enseñanza de la religión han de sustentarse, como en el caso de cualquier otra asignatura, en un conjunto coherente de referencias conceptuales y conforme a una secuencia lógica de profundización de contenidos. A propósito de estos últimos, surge la inquietud por definirlos con la mayor precisión posible, aunque sin olvidar la necesaria complementariedad ente los aspectos formativos e informativos. De ahí que, como se ha venido intentado desde hace varios años, la transmisión de conocimientos vaya acompañada desde una experiencia vital y de una práctica pastoral o litúrgica.

Evidentemente, los objetivos siempre estarán por encima de los resultados, toda vez que el paso de la abstracción a las realidades concretas supone la más amplia gama de posibilidades. En cualquier caso, aun en el peor de los escenarios imaginables, se habrá logrado mucho con sólo cumplir el primer objetivo: proporcionar a los estudiantes una cultura religiosa, siempre y cuando, claro está, que dicha cultura religiosa sea lo suficientemente sólida para servir de verdadero apoyo intelectual en el crecimiento de la fe.

Aquí, pues, radica la parte medular de nuestro trabajo y, por ende, hemos de seguir una línea de pensamiento acorde con el Magisterio de la Iglesia, en general, y con el espíritu marista, en particular. No se trata de uniformar criterios pero sí de unificar voluntades dentro de la universalidad cristiana. Cabe reconocer, de entrada, que los jóvenes apenas tienen una instrucción religiosa propia del niño que va a recibir la Primera Comunión, sin embargo, su desarrollo intelectual ha llegado bastante más lejos y este desequilibrio se traduce, casi siempre, en un desprecio por la religión, fruto de la ignorancia.

Frente a esta generalizada actitud de rechazo o indiferencia, suele pensarse que conviene privilegiar lo práctico sobre lo teórico, compartir experiencias antes que transmitir conocimientos, enfatizar lo moral y no tanto lo doctrinal. A decir, verdad, son las propias experiencias acumuladas durante los últimos cuarenta años las que aconsejan lo contrario: empezar por el principio, retomar la pedagogía evangélica, volver al Credo como fundamento primordial.

Pero, entonces, ¿no será mayor el rechazo del joven a la clase de religión si ésta se le imparte desde un nivel elemental? No necesariamente puesto que le joven ignora, en la mayoría de los casos, que se trata de algo “elemental”. La diferencia estribará siempre en el cómo y no tanto en el qué. Todo dependerá del lenguaje con el cual se hable acerca de esas verdades fundamentales.

Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (1 Co. 13, 12)… Hermanos, no seáis niños en mentalidad. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en mentalidad (1 Co. 13, 20).

Por cuanto se refiere al triple enfoque mencionado antes, la idea es conjugar una visión antropológica, una visión bíblica y una visión eclesiológica sobre la base fundamental del Credo, tal como se ha hecho en los más recientes catecismos para jóvenes y adultos que ha preparado la Iglesia.

Ahora bien, se entiende por enfoque antropológico el acercamiento a la vida de la fe mediante una instrucción religiosa cuyo centro es el propio ser humano, es decir, el estudio y la reflexión acerca de la condición humana en su triple dimensión: cuerpo, alma, espíritu. Con otras palabras, el estudio de la persona en su relación con el mundo y los demás, consigo mismo y en su encuentro con Dios.

Por su parte, el enfoque bíblico está centrado obviamente en el estudio y la reflexión de la Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamentos), atendiendo a tres principales directrices: la lectura de la Biblia a través de pasajes escogidos de capital relevancia, la explicación comparativa de dichos pasajes en su respectivo contexto y la aplicación que de ello se deriva para la realidad actual y la fe personal.

Por último, el enfoque eclesiológico pretende estudiar el triple carácter de la Iglesia a lo largo de su historia: como institución humana, comunidad de fe y realidad sacramental, destacando el primado de Pedro, la continuidad apostólica y su dimensión universal (católica), a la luz del testimonio vivo de la inspiración del Espíritu Santo.

Según puede apreciarse, estos tres enfoques corresponden al misterio de la Santísima Trinidad –esencia del Credo cristiano–, ya que cada uno de ellos permite subrayar, tanto en la Historia de la Salvación como en la vida personal, la paternidad divina, la encarnación del Hijo en la persona de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo.

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